miércoles, 14 de octubre de 2015

El terrible secreto de François Berenger-Saunière

EL ORO DE RENNES

por Horacio Velmont



“Cuán bien sabemos qué superstición mas útil ha sido para
nosotros esta fábula de Cristo”. Papa Leo X (1513-1521)







El sacerdote Berenger-Sauniére tomó a su cargo la parroquia de Rennes-le-Château en 1985 y seis años más tarde, allá por 1891, comenzó a realizar reformas en la iglesia -un edificio construido en época medieval, maltrecho a causa del implacable paso de los siglos y los estragos de la humedad- hasta que el azar hizo que los albañiles descubrieran una oquedad en uno de los pilares del altar mayor, dentro de la cual se ocultaban dos pergaminos y de cuya veracidad dio fe el testimonio de dos de los obreros que participaron en aquella restauración, los cuales en 1958 refirieron el encuentro a Gérard de Sède, hecho que éste consignó en su libro “El Oro de Rennes”.

Con posterioridad a este descubrimiento, y después de un viaje a París en el que hizo examinar por peritos los documentos encontrados para establecer su autenticidad, este sacerdote pareció enriquecerse de golpe, acometiendo costosísimas reformas que nunca podían haber salido de su magro bolsillo, dado la modestia de su cargo, y embarcándose en un alto tren de vida que fue el asombro de todos sus vecinos.


Berenger-Saunière compró terrenos y mandó levantar dos nuevas edificaciones: una fastuosa mansión que bautizó como Villa Bethania, a la que trasladó su residencia, y la muy peculiar Torre Magdala, que acogió su biblioteca. Asimismo, emprendió una serie de reformas en el cementerio del pueblo, y por último no se limitó a restaurar el viejo templo medieval: en realidad lo que hizo fue erigir una nueva iglesia siguiendo su propio, y dudoso, criterio estético.


Pero lo que más alarmó a los pobladores y sembró la discordia entre sus superiores jerárquicos, fue el hecho de dar un nuevo sentido a la vetusta sede parroquial, emplazando una escultura de tintes demoníacos a la entrada del templo, que sostiene la pila de agua bendita, y una inscripción, tallada sobre el pórtico, que reza: “Terribilis Est Locus Iste” (Este lugar es terrible).

Son, como se ve, factores suficientes para explicar las suspicacias que, poco a poco, se fueron afianzando entre los vecinos: de un lado, la sospecha fundada de que algo turbio ocurría en torno a aquel párroco que había llegado al pueblo sin más patrimonio que el que le otorgaban su ínfimo sueldo y unos exiguos ahorros familiares y que, de pronto, no sólo emprendía ambiciosas construcciones, sino que llegaba a alternar con figuras de la sociedad y la cultura francesas que formaban parte de círculos ocultistas con los que el sacerdote habría entrado en contacto durante su estancia en París, y en los que incluso se inscribían miembros de la realeza europea.


Durante muchas décadas, la vida y milagros de Berenger-Saunière sólo sirvieron para alimentar el imaginario local y apenas trascendieron los límites del Languedoc, y probablemente no lo hubieran hecho nunca de no ser por los opúsculos del ya citado Gerard de Sède y por la posterior aparición de tres investigadores que accedieron a los estudios de aquél y les dieron un impulso nuevo y definitivo al aprovecharlos para desarrollar una tesis que terminaría rompiendo moldes.

La aparición de El enigma sagrado —el libro en el que Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln comenzaban refiriéndose al caso de Rennes-le-Château para terminar elaborando una densa teoría que explicara la inmensa riqueza acumulada por Saunière y que, de paso, hiciera tambalearse ciertos dogmas— supuso una cierta conmoción a principios de la década de los 80, cuando vio la luz la primera edición, y su eco se fue expandiendo paulatinamente y adquirió tintes homéricos cuando, allá por la pasada década, un escritor norteamericano refundió sus tesis en una obra de ficción que se convertiría en el último gran boom del mercado literario en los años inmediatamente anteriores a la crisis.


Dan Brown no dijo en ningún momento que El enigma sagrado se encontrara entre las fuentes que había utilizado para escribir El código Da Vinci, pero basta con confrontar uno y otro título para comprobar que todas las supuestas revelaciones del segundo se habían explicitado ya en el primero, y que da la impresión de que, en no pocos pasajes, el narrador norteamericano no hizo más que copiar y pegar lo que 20 años antes habían pergeñado sus antecesores.

Sería completamente inútil detallar las diversas teorías que emitieron aquellos que investigaron la historia de Berenger-Sauniére para justificar su inmensa fortuna porque no llevarían a ningún buen puerto, especialmente porque ninguna da en la tecla.

Como se dice vulgarmente, vamos directamente al punto: este sacerdote encontró documento probatorios del casamiento de Jesús con María Magdalena, y supuestamente de su descendencia.

Digo de su “supuesta” descendencia porque esto es un dato erróneo, ya que ellos no tuvieron descendencia en razón de que un hijo hubiera obstaculizado o impedido su Ascensión al Reino Crístico a través de la Magia Sexual.

Este hecho permite terminar con uno de los mitos: no existe ninguna tumba, ni de Jesús ni de María Magdalena, ya que el proceso de Ascensión involucra la disolución del cuerpo físico. El otro es que Jesús no fue crucificado, siendo este hecho pura invención.

Es de hacer notar, en este último sentido, que los propios autores de El enigma sagrado cuentan en su libro cómo, al iniciar las primeras pesquisas en torno al asunto de Rennes-le-Château, recibieron la carta de un viejo sacerdote que les advirtió que el secreto de Berenger-Saunière consistía en «pruebas incontrovertibles de que la crucifixión era un engaño y de que Jesús aún vivía en el 45 d. C.» Es decir, algo que no solo ponía en solfa un dogma universalmente aceptado y extendido entre una buena parte de la humanidad, sino que incluso podía llegar a cuestionar el poder del Vaticano, una institución que, en las postrimerías del XIX, gozaba aún de un poder inmenso en casi todos los ámbitos del mundo occidental.

¿A estas alturas hay necesidad de aclarar que la inmensa fortuna de Berenger-Saunière provenía del chantaje -¿de que otra manera podría llamárselo?- que éste le hizo al Vaticano para guardar silencio? Y menos aclaración necesita aún el hecho de que cualquier dinero que exigiera Berenger Saunière sería poco frente a la destrucción de la Iglesia que significaba la circunstancia de que se hicieran público los documentos encontrados.

Existen muchísimos temas afines al descubrimiento de Bergenere-Saunière, pero ya los hemos abordado en otros lugares y sería redundante volverlos a reiterar aquí. Para aquellos que deseen estudiarlos indicamos al pie los link respectivos.



El verdadero Cáliz Sagrado

COMENTARIO DE DANIEL (DIRECTOR DEL GRUPO RUANEL)
Discutir si Jesús estaba casado es tan absurdo como discutir si el Papa es soltero. Si bien Jesús no era judío, sin embargo estaba asimilado a ellos y a sus costumbres, y como todo rabí estaba casado (de la misma forma como todos los Papas son solteros). En ambos supuestos las cosas caen de maduro y debatir al respecto es poco menos que ridículo. En cuanto al descubrimiento de Berenger-Saunièri, los documentos que encontró estaban referidos al casamiento de Jesús con María Magdalena (María de Betania).
En esos tiempos, valga la reiteración, no se concebía que un rabí no se casase y por eso Jesús tuvo que hacerlo obligadamente. La razón de que no se mencione en ningún texto esta circunstancia es por la misma razón de que tampoco se haga alusión a que un Papa es soltero. Sería una superfluidad porque son hechos públicos y notorios.
Por último, el Santo Grial no era una copa ni tampoco el hijo que llevaría María Magdalena en su vientre, en primer lugar porque Jesús no tuvo descendencia, y en segundo lugar porque el Grial representa al útero femenino. Se trata de una copa perfecta, de un cáliz. También está relacionada con la Alta Magía Sexual.



COMENTARIO DE DANIEL (DIRECTOR DEL GRUPO RUANEL)


Es importante hacer hincapié también que entre los documentos que encontró Berenger-Saunière estaba la prueba de que la iglesia era más satánica que otra cosa y que en lugar de adorar a Dios adoraba a Satán. En definitiva, que la iglesia estaba lejos de ser lo que aparentaba ser, y por eso este sacerdote hizo emplazar una escultura demoníaca y esculpir las palabras “Terribilis Est Locus Iste” (Este lugar es terrible)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.