UN MITO QUE CAE
por Horacio Velmont
ÓSCAR ORTEGA VASALO
Después de dos
décadas se ha desvelado por fin uno de los enigmas que dieron lugar
a múltiples conjeturas sobre la verdadera identidad del
protagonista.
Algunos círculos
ufológicos opinaron que podría tratarse de un extraterrestre que al
ignorar lo que era un tren no hizo caso de las advertencias del
maquinista que con desesperación hizo sonar el silbato para que se
apartara de las vías. Dado que nuestro planeta es visitado desde
tiempo inmemoriales por alienígenas, la idea no era tan
descabellada.
Según la historia
oficial, un enigmático individuo iba caminando por las vías del
tren en la zona boscosa de Boisaca, España, al anochecer del 5 de
mayo de 1988, y fue atropellado por la máquina muriendo
instantáneamente.
El jefe de Gabinete
Técnico de la Policía Nacional declaró al periodismo que nunca se
había encontrado con un caso así. Las investigaciones realizadas
para descubrir la identidad de este misterioso personaje fueron
infructuosas.
El maquinista del
expreso Vías Altas de ese día era José Aira Martínez, que había
puesto en marcha el tren desde la estación de Santiago de Compostela
hacia la parada final, Madrid, después de siete largas horas.
Pero ocurrió que en
los boscosos parajes de San Lázaro, a unos seis kilómetros de
Santiago, al tomar la curva cercana al Puente de Paredes, la máquina
se topó de improviso con un sujeto que caminaba por la vía de
espaldas a la dirección de dónde venía el tren.
Fueron vanos todos
los esfuerzos de Aira Martínez para advertir al individuo el
inminente encontronazo.
Después del impacto
el conductor pudo detener la máquina a unos cien metros del lugar
del accidente y, sin dudarlo, se encaminó rápidamente hacia la cola
del vagón dispuesto a auxiliar al siniestrado. La esperanza de
encontrarle, aunque sólo fuera con un hilo de vida, se desvaneció
definitivamente al contemplar la escena que surgía ante sus ojos.
En la vía se
encontraban los miembros inferiores, separados del tronco, con
algunos jirones de ropa. Y junto a ella, el resto del cuerpo
presentaba múltiples amputaciones y deformidades como consecuencia
del violento choque.
El maquinista no
pudo reprimir un escalofrío al contemplar el rostro casi
irreconocible del muchacho, cuyas facciones aún estaban contraídas
en lo que parecía ser la expresión final de un grito de dolor.
Aira Martínez
acumuló el valor necesario para, junto a su ayudante Carlos Castro,
apartar el cuerpo de la vía férrea y cubrirlo con una vieja manta.
Después, telefoneó a Luis Vázquez Graña, jefe de la estación de
Santiago, para que informara a la Policía del suceso. Minutos más
tarde, las luces de los coches patrulla iluminaban la zona. Comenzaba
la investigación. La inspección ocular arrojó los siguientes
datos: “El fallecido era un varón de aproximadamente 1,65 metros,
raza blanca, complexión normal, pelo negro, corto y liso, ojos
castaños, orejas muy separadas, rotadas hacia delante y sin
circunvoluciones −pliegues del pabellón auditivo externo−”.
Vestía una camisa gris azulado, jersey gris con hombreras de sky,
pantalón negro y zapatillas deportivas blancas del número 42, pese
a que su medida de pie era un 39. La vestimenta también correspondía
a varias tallas más grandes que la suya. En los bolsillos del
pantalón portaba tres billetes de 5.000 pesetas cuidadosamente
doblados, uno de 1.000 y dos monedas de cinco pesetas.
La autoridad
judicial se desplazó al lugar del accidente, ordenó el
levantamiento de¡ cadáver y su ingreso en el departamento de
Medicina Legal del Instituto Anatómico Forense de Santiago de
Compostela.
Todo parecía
indicar que se trataba de un caso de suicidio. Una vez realizadas las
diligencias pertinentes, el expreso Rías Altas continuó su marcha
hacia Madrid.
Las huellas
dactilares del joven, como dice el informe oficial del cadáver, eran
la pieza clave para conseguir su identificación, ya que carecía de
documentos que acreditaran su identidad.
Las autoridades del
caso mandaron las huellas a toda la región gallega y también a la
Central de la Policía Científica de Madrid con resultado negativo.
El accidentado,
oficialmente no existía y las informaciones aparecidas en la los
periódicos no arrojaron ninguna pisa. La fotografía del desfigurado
rostro del accidentado fue publicada por medios de comunicación
regionales y nacionales. Esta iniciativa hizo albergar esperanzas
sobre la obtención de pistas, pero, una vez más, el resultado fue
nulo.
Su inquietante
rostro añadía más incógnitas al controvertido asunto. La cabeza
era muy voluminosa, poseía dentición completa con algunas piezas
afiladas y salientes.
Pero el dato que más
llamó la atención de los especialistas fueron las orejas: las tenía
absolutamente planas, rotadas hacia delante y sin pliegue alguno en
el pabellón auditivo externo.
Después de que
prestigiosos psiquiatras analizaran la imagen del rostro del cadáver,
su opinión fue unánime: los rasgos faciales y los pabellones
auditivos, sin marca alguna, reflejaban primitivismo y oligofrenia
propia de enfermos psíquicos profundos.
Esta hipótesis
también fue barajada por la Policía Científica, que durante años
investigó la posible desaparición del joven en colegios de acogida
y centros de deficientes mentales de Galicia y en todo el norte
portugués, en colaboración con las Fuerzas de Seguridad Lusas.
Tras numerosas
investigaciones, los reporteros de Enigmas consiguieron en exclusiva
las fotografías confidenciales del cadáver. Parece casi imposible
que un joven de apariencia tan extraña hubiera pasado inadvertido en
los alrededores de la vía, una zona rodeada de casas que forman el
núcleo rural de Boisaca.
En un lugar cercano
aparecieron unos extraños círculos concéntricos formados por
pequeñas piedras, presuntamente realizados por el muchacho aquella
tarde. Estaban dibujados con decenas de guijarros y guardaban una
simetría perfecta. Varios psicólogos consultados declararon a la
Policía que podría tratarse de algo semejante a los ejercicios que
realizan los deficientes psíquicos en algunos procesos de
aprendizaje. ¿Se trataba de algún mensaje?
La actitud del joven
de mantenerse erguido, aparentemente ajeno a la llegada del tren, que
se le venía encima a gran velocidad, suscitó numerosas conjeturas.
“Es una cosa
rarísima, rara, muy rara…”, aseguró Antolín Doval cuando hizo
el balance del caso Boisaca. Nunca se habían topado con un suceso
semejante. Este dato lo corroboró el popular criminalista y ex
director de El Caso Juan Ignacio Blanco, para quien “nunca se ha
dado un suceso de aparición repentina y muerte de estas
características en la que no se ha llegado a identificar
completamente a la víctima. Es, sin lugar a dudas, muy extraño,
único…”
Las exhaustivas
investigaciones que se hicieron posteriormente descartaron de plano
la posibilidad de que el sujeto hubiera huido de algún centro
psiquiátrico o de algún lugar donde mantienen a personas con
deficiencias mentales.
Quedó también
descartado que pudiera tratarse de algún mendigo. Sus manos finas,
cuidadas y sin callosidades, además del cuerpo aseado y la ropa de
marca, no dejan lugar a dudas sobre esta cuestión.
¿Quizá un
sordomudo extraviado en alguna visita a Santiago y accidentalmente
arrollado? En ese caso existiría una denuncia de desaparición y una
reclamación del cuerpo, tras ser publicadas las fotografías del
cadáver. Además de éstas, surgen muchas más incógnitas: ¿Por
qué caminaba de espaldas al tren? ¿Desconocía acaso el peligro que
entraña un expreso a toda velocidad?
Las hipótesis
lógicas faltan en su totalidad y muchas personas conocedoras del
caso, se han planteado otras que pudieran parecer más fantásticas.
La posibilidad de que un muchacho en estado semisalvaje fuera
arrollado por el tren pasó también por un riguroso análisis. La
ropa, varias tallas mayor, podría ser robada, como el dinero.
Sin embargo, un
atraco no se corresponde, según los psicólogos consultados, con los
parámetros de comportamiento de un ser irracional. La ropa y el
dinero tampoco figuran en la denuncia que el afectado debiera haber
cursado, con más motivo aún dada la divulgación que se dio al
asunto y la constante petición de ayuda por parte de la Policía.
Lo expuesto son más
o menos los datos oficiales que se concen sobre este asunto, y que
fueron expuestos por Iker Jiménez y Lorenzo Fernández en el nº 8
de Enigmas.
El caso finalmente
se aclaró gracias a los análisis de ADN.
.
Caso cerrado
(4/3/2000)
Veinte años han
tenido que pasar para que el joven que en mayo de 1988 fue
atropellado por el expreso Rías Altas a su paso por Santiago
recuperase su nombre. Óscar Ortega Vasalo salió un día de su casa
de Castelldefels (Barcelona) después de explicarle a su madre en una
nota que se iba unos días de vacaciones. Nunca más regresó.
Durante dos decenios su familia se ha estado preguntando por el
paradero del muchacho, mientras la policía se devanaba los sesos
intentando identificar el cuerpo del hombre de unos 22 años que una
noche se interpuso en el camino del Rías Altas. Desde ayer, y
gracias al ADN, ha quedado confirmado que el joven arrollado en San
Lázaro y Óscar Ortega son la misma persona.
Cadáver seccionado
de Boisaca
Ríos de tinta ha
hecho correr la historia del cadáver anónimo que descansa en el
cementerio de Boisaca, un caso por el que llegaron a interesarse los
tripulantes de la nave del misterio. Y es que en el 2006, un equipo
de Cuarto Milenio, el programa que dirige Iker Jiménez, se acercó a
Compostela para conocer de primera mano qué había ocurrido aquella
noche de mayo. Periodistas, policías y la única mujer que vio con
vida aquel día a Óscar Ortega desgranaron ante la cámara la
historia hipotética del joven al que nadie reclamó tras su muerte y
del que se llegó a especular que sufría una minusvalía psíquica.
Ahora, su madre, que
regentó una farmacia en Vigo, puede contar que el misterioso joven
sin identificar había acabado hacía poco su servicio militar en
Pontevedra y se había trasladado a Barcelona para buscar un empleo.
Que se había matriculado en una academia y comprado el temario de
las oposiciones a la Seguridad Social antes de desaparecer. Que, al
parecer, estaba deprimido. Y que su familia había interpuesto
denuncias de desaparición en Barcelona, Vigo, Ourense, Irún y
Majadahonda, intentando encontrar una pista que les revelase el
paradero del muchacho, aunque sin éxito.
La respuesta llegó
gracias al análisis de ADN. Y es que la Policía Científica había
tomado muestras tanto de la madre como de la hermana de Óscar
Ortega, para compararlas con el perfil genético de los cadáveres
sin identificar que hay en España.
Después de una
amarga espera, han conocido la respuesta. Los datos que habían
cruzado la Policía Nacional y la Guardia Civil revelaron que el hijo
de María Bertina Vasalo llevaba dos décadas descansando en el
cementerio de Boisaca en un nicho sin nombre.
La parcela 7.621 del
cementerio de Boisaca, correspondiente a una tumba de la
beneficencia, podría estar vacía.
Allí fue donde el
25 de mayo de 1988 fueron enterrados los restos de Óscar Ortega
Vasalo, el joven de 22 años arrollado por un tren a su paso por
Santiago dos decenios atrás, y del que se desconocía su identidad
hasta hace unos días.
Los servicios
municipales están ya revisando la documentación correspondiente a
este enterramiento, y al parecer hay posibilidades reales de que el
cadáver del muchacho repose en una fosa común desde el año 1995.
Un hecho que podría dificultar la recuperación del cuerpo.
En el registro del
Concello consta que el 14 de septiembre de 1995 los restos mortales
de un varón sin identificar se habían trasladado a una fosa común
tras prescribir el plazo asignado a la tumba que ocupaba desde 1988.
Se trata de un procedimiento que ampara el reglamento del cementerio
de Boisaca, que establece que pasados cinco años desde el
enterramiento de una persona los restos deben ser trasladados y la
propiedad de la sepultura volverá al Concello.
Y es que, en el caso
probable de que el cadáver de Óscar Ortega se exhumase de su tumba
para ser enterrado en una fosa común, sería casi inviable que la
familia –que ayer confirmó que la policía se había puesto en
contacto con ellos para informarles de que su pariente se encontraba
en Boisaca– pudiese trasladarlo al cementerio de Majadahonda, donde
ahora residen.
Así las cosas,
parece poco probable que los restos del joven arrollado por el
expreso Rías Altas , que hizo correr ríos de tinta por lo extraño
de su muerte, abandonen el cementerio compostelano. La familia de
Óscar Ortega no quiso precisar si ya ha viajado o si tiene previsto
hacerlo a Santiago para hacerse cargo del cuerpo de su pariente.
Fuentes:
www.lavozdegalicia.es
www.paranormalsite.spaces.live.com
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